PARA EL TENIS MEXICANO, PARÍS BIEN VALE UNA MISA

PARA EL TENIS MEXICANO, PARÍS BIEN VALE UNA MISA

(Primera de dos partes)

Si hay un Grand Slam con especial significado para el tenis mexicano, ése es Roland Garros. Particularmente en la modalidad de dobles, la cual algunos menosprecian y otros consideran un arte, pero en la cual ─debates aparte─ se han coronado en la arcilla de París Yola Ramírez, Rosa María Reyes, Raúl Ramírez y Jorge Lozano.

La modalidad de parejas en París siempre ha sido generosa con el tenis mexicano. En tiempos recientes, están como muestra las finales de Santiago González en dobles mixtos en 2012 (con la polaca Klaudia Jans-Ignacik) y dobles masculinos en 2017 (con el estadunidense Donald Young), así como el título de dobles masculinos juvenil de Rodrigo Pacheco en 2023 (con el ruso Yaroslav Demin).

Hay quienes se aventuran a afirmar que entre Roland Garros y el deporte blanco tricolor “existe un romance”. Dejando a un lado esa apreciación, vale la pena recordar a los mexicanos que han llevado su relación con el French Open, cuya edición 124 comienza hoy 25 de mayo, más allá de la amistad y han levantado títulos en la capital francesa.

YOLA Y LA PAJARITA: UNA DUPLA DE LEYENDA

En 1957 ya habían caído en la final de Roland Garros y pasado suficientes penurias en Europa, como la propia Yola contó a esa valiosa reportera de tenis que fue Isabel Silva, y quien publicó en Excélsior: “No lo van a creer, pero pasé varias noches sin poder dormir, en Montecarlo, pensando que Rosa María y yo nos encontrábamos solas, sin dinero y ningún torneo seguro”.

El problema fue que a ambas les cancelaron varios torneos con cuyos premios económicos ya contaban. Pero les abrieron las puertas en otros, y gustaron tanto por su nivel de juego y resultados que no sólo se recuperaron en lo que a recursos monetarios se refiere, sino que regresaron con más fuerza.

Si para el rey Enrique IV París bien valía una misa, para Yola y Rosa María La Pajarita Reyes bien valía el regreso a la Catedral del tenis mundial en arcilla. En 1958, ya con más colmillo, ganaron el título de dobles, gracias a un 6-4 y 7-5 ante las australianas Mary Hawton y Thelma Long.

Fueron las primeras latinoamericanas en lograrlo, e Isabel Silva, presente en aquel momento histórico, lo contó así: “Aunque los nervios les impidieron dar su mejor rendimiento, las tenistas de México fueron indiscutiblemente superiores… Su gran intuición en las colocaciones, los smashes y boleas, su movilidad para alcanzar las pelotas y su juego de conjunto, fueron los factores de su importante, trascendental victoria”.

Un año después, en 1959, fueron finalistas por tercera vez consecutiva. Aunque si bien se le escapó la corona al lado de Rosa María, Yola Ramírez se llevó el cetro de dobles mixtos junto con el británico Billy Knight, al vencer 6-4 y 6-4 a otra leyenda del tenis, el australiano Rod Laver, y a la sudafricana Renee Schuurman.

CUANDO LA CIUDAD LUZ SE ENAMORÓ DEL BIGOTÓN

En 1975, justo hace medio siglo, los reflectores apuntaban hacia el joven de 21 años Raúl Ramírez y la Ciudad Luz suspiraba por su abundante bigote. Raúl venía de ganar el másters de Roma y los diarios parisinos no sólo lo habían colocado en un altar, sino que se saboreaban una semifinal Ramírez-Guillermo Vilas.

El matutino L´Aurore publicó: “El mexicano descompone el juego de sus rivales. Forma en esa hornada juvenil de muy templado ánimo, naturaleza agresiva, bien armada y ambiciosa, capaz de suplantar a campeones más veteranos cuya clase parece más evidente”.

Raúl, humilde, contestó: “Ni se me ocurre hablar de una etapa antes de entrar en ella”. Y qué bueno que lo hizo así, pues el estadunidense Eddie Dibbs lo venció tras cuatro horas de batalla y evitó la semifinal que soñaban los periódicos galos, cuyos titulares reflejaron la sorpresa que les causó la derrota del mexicano.

Pero sorpresivo no fue el título de dobles que consiguió Raúl un par de días después junto con su eterna dupla, el estadunidense Brian Gottfried. Ambos conformaron una de las mejores parejas de dobles de los años 70 del siglo XX y de la historia del tenis. Coronarse en Roland Garros fue algo natural.

En la final de dobles de 1975 vencieron 6-2, 2-6, 6-2, 6-4 a los australianos John Alexander y Phil Dent. En 1977 repitieron como campeones al derrotar 7-6, 4-6, 6-3 y 6-4 al polaco Wojtek Fibak y al checo Jan Kodes. Ramírez, cabe recordar, sí hizo del dobles un arte y fue el número uno mundial de la especialidad.

Ramírez todavía llegó junto con Brian Gottfried a la final del Abierto de Francia en 1980, aunque ambos ya no pudieron lograr el tricampeonato en el polvo de ladrillo de Roland Garros. Ahí se cerró toda una época para el deporte blanco nacional.

Sin embargo, transcurrió poco menos de una década para que un tenista mexicano volviera a ceñirse una corona en el French Open. Y tenía que ser, de nueva cuenta, en la modalidad de dobles.

LOZANO ENCONTRÓ LA FÓRMULA… Y DOS VECES

En dobles mixtos no vale aquello de que los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus. Lo que vale, en cambio, es hacer química y encontrar la fórmula para un buen acoplamiento. Jorge Lozano lo logró dos veces y con parejas diferentes, pues alzó un par de títulos en París: en 1988 con la estadunidense Lori McNeil y en 1990 con la española Arantxa Sánchez Vicario.

“Vine al Roland Garros sin pareja femenina y fue por mi compañero de dobles masculino (el estadunidense Todd Witsken) como me puse en contacto con ella (Lori McNeil). Hasta las semifinales no comenzamos a entrenar juntos, pero nos compenetramos muy bien”, dijo un emocionado Lozano por el título de 1988.

Si con Lori lo ayudó Todd como todo un Celestino, conquistar a Arantxa en 1990 fue toda una hazaña: “Fue un poco de suerte, pues ella no quería jugar dobles mixtos. Además, el día que cerraban inscripciones para esa modalidad Arantxa cayó ante la argentina Mercedes Paz y la verdad es que yo tenía miedo de que esto la hubiese molestado y decidiera no jugar más, pero hablé con ella y afortunadamente logré convencerla”.

Por cierto, cuenta la leyenda que en 1990 fue la primera vez que la Copa Marcel Bernard fue entregada a los campeones de dobles mixtos en Roland Garros. Así que Jorge Lozano y Arantxa Sánchez Vicario deberían haber sido los primeros en llevársela a casa.

Además, Lozano tenía entonces ya bien claro lo que quería hacer a futuro, y así lo definió: “Me gustaría invertir mis ahorros en algo de tenis relacionado con los niños. Hay muchos niños en México que quieren jugar y no pueden hacerlo, pues no hay sitios. Ése es el campo en que me gustaría invertir”.

EL AUTÉNTICO LEGADO

Son seis en total los trofeos de campeona o campeón que consiguieron en el Abierto de Francia entre 1958 y 1990. Sin embargo, la grandeza de Yola, Rosa María, Raúl y Jorge se mide no sólo por los títulos que ganaron, sino por lo que entregaron al tenis y el ejemplo que dejaron.

Como afirma ese mítico doblista y filósofo del deporte blanco que es en la actualidad Rohan Bopanna:

“Todos aquellos que desestiman el tenis de dobles no logran captar el panorama general y el verdadero impacto de este deporte. El tenis no es sólo cuestión de ránkings o premios monetarios. Se trata de las puertas que abre, las vidas que transforma y las oportunidades que crea. Si no puedes respetar eso, entonces no respetas verdaderamente el juego.”

Continuará…

-Héctor Olivares (reportero-redactor de la FMT), con información de Roberto Téllez Lucio (jefe de Prensa de la FMT) y de los diarios Excélsior, Esto y Ovaciones, resguardados por la Hemeroteca Nacional de México.